28 de octubre de 2010

¡Te Odio!: El Legado de Néstor Kirchner

Ayer por la noche, un grupo de ministros del Gabinete Nacional se agruparon en la Plaza de Mayo junto a miles de manifestantes en la vigilia que estos hacían con motivo del fallecimiento del ex Presidente Néstor Kirchner. En un momento en que los manifestantes comenzaron a corear "Néstor no se murio. Que se muera Magnetto la puta madre que los parió", la Ministro de Defensa, Nilda Garré, no tuvo mejor idea que acoplarse al cántico de los militantes.

Este es el principal legado que nos deja Néstor Kirchner. El odio al adversario, que se transforma en enemigo. El odio al amigo que discrepa, convirtiéndose en traidor. Con en enemigo no se conversa ni se pacta, se lucha. Al traidor se lo destierra para siempre y se borra su recuerdo de la faz de la tierra ¿Qué clase de política se puede hacer cuando el otro es proclamado enemigo? Ninguna ¿Cuál es el margen que queda para ceder y buscar consensos? Ninguno. No se puede ceder ante el enemigo porque esta cesión, por mas que implique un avance real, es, en realidad, una derrota literal.

El adversario, puesto en el lugar de enemigo una y otra vez, empieza a actuar como tal. Entonces, entramos en una verdadera guerra. Y, cuando el adversario muere, los unos lo festejan y los otros piden la cabeza del enemigo que lo sobrevive. Porque el enemigo tiene que morir.

Néstor Kirchner nos deja esto. Mucho odio. Una forma de hacer política virulenta, verticalista y sin lugar para los grises. Así condujo a la Nación desde 2003 hasta el día de su muerte. Le dio la espalda a las dos terceras partes del electorado que pedían mesura en las palabras y civilidad en los contenidos. Actuó como un cacique absolutista. "El pueblo soy yo", y todo lo que no era él era antipueblo. Por eso, se negaba a perder y su derrota en las legislativas de 2009 fue solo "por dos puntitos". Si hubiese ganado por un miserable voto tiraba la casa por la ventana. Pero dos puntos porcentuales son "dos puntitos" miserables.

Y Néstor perdió. Perdió porque su odio lo llevó a la tumba. Sus gritos, sus enojos, sus batallas interminables, sus atriles cargados de ira lo atacaron a el. Así como no quiso ver la derrota electoral, tampoco quiso ver la derrota de su físico. El general no puede mostrarse convaleciente y salió del quirófano mas macho de lo que entró. Y se murió. Así, súbitamente.

Y unos festejan y odian. Y otros lloran y odian. Y otros nos cansamos de odiar y de que nos odien. El odio político nos vio nacer en 1810. Es casi patológico, símbolo de nuestra argentinidad. Me resisto a creer que también está en nuestro ADN, que no lo podemos cambiar. Porque, de ser así, estamos liquidados. Tenemos que sobreponernos a la historia y desterrar a los que nos ofrecen mas de lo mismo. Abrazar el consenso que permite los disensos es el nuevo desafío. Que el legado de Néstor no nos arrastre junto a el al cajón.

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